Tres Años Perdidos

TRES AÑOS PERDIDOS

La sutileza de los métodos de enseñanza chinos no simpre son bien comprendidos por los occidentales, y en su sentido más profundo, ni por algunos chinos, que al igual que sus equivalentes occidentales, se encuentran encerrados en la dimensión especial, temporal y mental como lo ilustra el siguiente relato.

Había un joven que admiraba las proezas de los boxeadores chinos, la fuerza, habilidad, destreza, y ese desarrollo físico que les permitía realizar actos sorprendentes. El quería tener esas habilidades, por lo que se encaminó al Templo de Shaolin. Cuando llegó, y después de cumplir con los requisitos de etiqueta y usos ceremoniales de la época, logró que lo recibiera en audiencia el Maestro, al que le comentó sus vivos deseos de tener esas habilidades. Quería dar saltos prodigiosos, fragmentar rocas, pulverizar ladrillos, perforar recipientes de madera, detener flechas, etc. El Maestro permaneció en silencio, meditando. Luego le preguntó si realmente era eso lo que quería, que lo pensara bien, que él estaba en la obligación moral de advertirle que la verdad se encontraba en el «saber» y no en el «poder» sin el saber. Es comparable al cuento del búfalo en la tienda de cerámica. El postulante no entendió la alegoría e insistió en sus deseos de hacer acopio de poderío.

El Maestro le dijo que para realizar todo lo que él quería se necesitaban varias vidas, lo cual  tampoco entendió, y contestó que lo que él quería era tener alguna de esas habilidades, la que fuera, ya que no disponía de tanto tiempo. Pidióle entonces el Maestro que meditara sobre el búfalo y la tienda de cerámica, porque podía convertirse en el búfalo y el mundo tornarse en al tienda de cerámica… El postulante cegado por su ansia de poder, no entendió una vez más la advertencia e insistió en llegar al poder que buscaba. » Bien, sea como deseas » díjole el Maestro. Y le encomendó una tarea : su deber para con el templo, como prueba de humildad para observar si era digno de traspasar el umbral del templo. Dicha tarea consistía en romper con sus manos un papel grueso y áspero, hacerlo bola, alisarlo y emparejarlo con sus manos, así continuamente por espacio de 12 horas diarias en una rutina de romper, comprimir, estirar y alisar. Este trabajo lo hizo durante tres años, al término de los cuales se presentó el Maestro y le dijo que su entrenamiento había terminado, que se fuera. El postulante respondió que si no habían bastado esos tres años de trabajo para ser considerado digno de aprender. ¿ Cuál era el valor que se les daba a esos tres años ? ¿ Cuál era el uso de lo que había aprendido ? Porque no había aprendido más que a rasgar y alisar. Le contestó el Maestro : » Tú querías poder, no saber.» Te repito que ya has terminado. Vete y verás por ti mismo que la verdad se manifiesta dentro de ti. Vete, tienes lo que querías.»

El joven asombrado por el escaso valor que les daban a sus tres años, a su muestra de sinceridad y humildad por medio de su trabajo ininterrumpido, regreso a su casa abatido y desilusionado por el desprecio de tres años de su vida, sintiéndose defraudado en tres años, engañado por el Maestro y profundamente resentido. En su primera noche en su casa, mientras su hermano menor se bañaba, él empezó a lavarle la espalda. Al primer movimiento hacia abajo, se espantó al ver la piel de su hermano que se iba cortando bajo el roce de su mano……

La Perfección

 

LA PERFECCION

Hace mucho tiempo, quizás siglos, o quizás milenios, no lo sé, en una región del floreciente Japón se corría la noticia de que existía en cierto monte de un país muy lejano llamado Bodyul ( Tibet ) un anciano que era el mejor tirador de arco que había existido.

La noticia había llegado a los oídos del mejor kyudoka del Japón. Este entusiasmado con la idea de aprender todo sobre el kyudo gracias a las enseñanzas del sensei tibetano, emprendió el viaje dejando a su familia al cuidado de su hermano.

Después de meses de penoso caminar y desesperada búsqueda, supo dínde estaba meditando aquel por el cual se interesaba el kyudoka nipón. Al fin llegó a su destino y encontró al anciano sentado con los ojos cerrados. El joven también se sentó y esperó. Ya al anochecer el ermitaño abrió los ojos y le dijo al joven :

Veo en tu paciencia el deseo de algo de mucho valor. Dime qué deseas y si puedo ayudarte, así será.
Maestro, sé que eres el mejor tirador del mundo, y deseo ser tu discípulo.
Bueno, demuéstrame qué es lo que sabes hacer – respondió el viejo.

El joven cogió su arco y esperó el paso de algún ave y cuando ésta pasó, con gran velocidad disparó atravesándola casi sin que se enterase, cayendo finalmente a un abismo. El viejo se rió :

Esto no es tirar con arco, esto no es nada ; regresa a tu casa y cuando llegues siéntate y concéntrate en  un punto lejano y cuando elimines el movimiento involuntario de tus párpados, regresa.

El joven regresó a Japón y empezó a practicar. Su esposa lo alimentaba, ya que él estaba muy ocupado en la concentración. Pasaron tres años y logró sus propósitos pero ya no podía cerrar los ojos ni podía dormir. Fue de nuevo al monte donde se encontraba el viejo, y le mostró los resultados. El anciano le dijo entonces :

Vuelve a tu casa otra vez y cuando puedas tener en tus manos una roca sin que notes su peso, tendrás un gran pulso en tus brazos,  entonces vuelve.

Pasaron tres años más y logró la perfección a dicha prueba. Sus brazos eran firmes como el hierro. Regresó al Tibet y enseñó los resultados al Maestro. Este contento, le dijo :

Ahora sólo te queda una prueba. Vuelve a tu país con tu familia y siéntate y observa un punto lejano y cuando lo veas tan cerca como me ves a mí, regresa.

Veinte años más tarde el ya no tan joven volvió al Tibet y aún vivía el Maestro y le comunicó los resultados. El anciano le respondió :

Ahora ya puedes tirar con el arco.

El que ya era el mejor Kyudoka regresó felizmnte a Japón. Cuando llegó, cogió el arco y antes de apuntar miró hacia su presa y su sorpresa fue grande. El ave cayó en el instante en que el Kyudoka fijó su vista en ella. Viendo que había llegado a la perfección, dejó el arco abandonado en un rincón de su casa, puesto que ya no lo necesitaba.
Esta historia tiene el valor de enseñarnos que cuando un estudiante es sincero y tiene el deseo de aprender, no importa que su maestro no sea virtuoso.
Dedicamos la narración a nuestro cinturón negro Julio Yevenes, quien antes de partir a mi tour a USA me pidió recordarla en clases y promesas son promesas. Espero que la disfruten.

 

 

El Maestro Del Silencio

El Maestro del Silencio.

Hace muchos años atrás, existía un estudiante que había perdido a su Maestro. Como es lógico, de inmediato se dedicó a la busqueda de otro. Marchó y marchó por cuanto camino encontró; y donde llegaba, siempre preguntaba lo mismo:
¿ Cónoce Ud. algun maestro de Zen ?. Por mala suerte, nadie estaba en condiciones de darle un antecedente favorable. Por fin, su obstinación y perseverancia obtuvieron recompensa.
Ciertos campesinos dijeron conocer un maestro Zen muy famoso y que se le
conocía como el «Maestro del Silencio».
En realidad, el tan mentado «maestro» del silencio sólo era un hombre ordinario que ocultaba su ignorancia con una mudez premeditada.
Dos ayudantes muy versados en el Zen y otras filosofías orientales le secundaban permanentemente, con el fin de resolver problemas y responder consultas. Durante las sesiones públicas, el impostor permanecía sentado en posición de loto, mudo, importante y con aire solemmne, mientras sus ayudantes mostraban su elocuencia y seudosabiduría.
«Cuando el noble señor llegó a la casa del «Maestro», decubrió – antes de abrir la reja del jardín – una caja trabajada con gran delicadeza, donde se podía leer la siguiente inscripción: «Deposite aquí el valor de la consulta. Ella no debe durar más de 15 minutos. Precio de la entrada : 12 yens.»
El estudiante metió la mano en el bolsillo y pudo verificar que aún le restaban exactamente 12 yens. Pero era su último dinero. A pesar de ello, no vaciló y lo introdujo uno por uno en la pequeña ranura de la caja.
El «Maestro» – que vió al visitante desde la ventana de su casa – se intranquilizó al notar que éste franqueaba el portón y se dirigía resueltamente hacia el gong de llamada. «Por los mil demonios – pensó el maestro del silencio- . Este intruso, con cara de conocedor de la materia, entra en mi casa justo en el momento en que envié a mis dos ayudantes a buscar leña al bosque.»
«El gong sonó dos veces. El estudiante entró. Un maestro se encontraba sentado, inmóvil, solemne, con los ojos fijos en el infinito.
Después de los saludos de ritual, el estudiante demandó: » Una pregunta corroe mi espíritu. ¿ Podrías decirme dónde puedo encontrar la verdad ?.Completamente angustiado, el maestro del silencio miró hacia un costado, hacia el otro, por sobre su cliente y por último hacia atrás; buscaba a alguno de sus ayudantes para que le salvara del acoso.
«El estudiante sonrió serenamente e hizo una reverencia en señal de agradecimiento.
«Una segunda pregunta deseo exponerte dijo el estudiante.
Honorable Maestro:¿ Dónde se encuentra la Felicidad ?. El Maestro del silencio,
bastante molesto exclamó para sí: «Donde se habrán metido estos tunantes».
Y, mirando hacia arriba y luego hacia abajo, trató de escuchar si había algún ruido en el piso alto o en el subterráneo: como nada pudo comprobar, se quedó en actitud contemplativa.
«El estudiante volvió a sonreir y repitió su gesto de agradecimiento.
«Una tercera y última pregunta, Honorable maestro, si yo no abuso de tu infinita bondad. ¿ Cuál es el Zen auténtico ?. Esa fue la gota que rebasó el vaso. El Maestro del silencio hizo un gesto de desesperación con los brazos y abandonó el lugar en busca de sus ayudantes, sin importarle lo que el forastero pudiera pensar de él.
El estudiante se retiró del templo mostrando uan actitud de gran respeto.
No había caminado 100 metros de la casa del maestro del silencio, cuando dos señores que demostraban poseer una vasta educación le cortaron el camino y le preguntaron casi con angustia: «Perdonad, forastero, nos parece que venís del Templo». «Así es», respondió alegremente el estudiante. «Habéis visto al maestro » consultaron al unísono. «¡ Por cierto!» contestó. «¡No puede ser!», dijeron otra vez al unísono, como si fueran gemelos. «No veo que pueda sorprenderlos tanto. Es uno de los mejores maestros de Zen que he conocido en mi torpe vida. Le he hecho las preguntas más difíciles y él las respondió con gran sabiduría. Le pedí que me enseñara dónde estaba la verdad, y me señaló que, aunque la buscase en los cuatro puntos cardinales, no la encontraría, pues la verdad se encuentra dentro de uno mismo… le he preguntado también dónde está la felicidad, y me hizo comprender que en todo el universo, tanto en el cielo como en la tierra. Cuando le pregunté cuál era el auténtico Zen, se indignó y me dejó solo; por lo que comprendí, por primera vez, que el Zen es vida, movimiento.»
«El estudiante hizo una reverencia y continuó su camino…ante la incredulidad y sorpresa de los dos ayudantes del simpático maestro impostor.

El Extremo Del Puño

El Extremo del Puño

Una noche en que el maestro Taigan estaba leyendo un libro, un ladrón entró en su habitación portando una gran espada. Mirando al ladrón, el maestro preguntó , “ ¿ Qué es lo que quieres : dinero o mi vida ?”. “ He venido por dinero “, replicó el ladrón. Taigan cogió su bolsa y se la dio al hombre, diciendo, “ Aquí está.”. Entonces, Taigan volvió a la lectura de su libro como si nada hubiera pasado. El ladrón coemzó a sentirse incómodo y se fue de la habitación aterrado. “¡ Eh! Espera un momento, lo llamó Taigan. El ladrón se detuvo. Algo en la voz de Taigan lo hizo estremecerse, “ ¿Por qué no cierras la puerta? Preguntó Taigan.
Días después el ladrón fue capturado por la policía y dijo : “ He estado robando durante años, pero nunca me sentí tan aterrado como cuando ese sacerdote budista me dijo “¡ Eh! Espera un momento”.

Soluciones Zen a problemas cotidianos ( Chuck Norris )